EL ALBATROS
Autor: J. J. Nuñez
Al atardecer, un albatros se encontraba volando
entre mar y arena, siguiendo aquella senda formada por la amalgama de ambos
elementos, rumbo de la Osa Mayor, contemplando de vez en vez el dorado de las
aguas y la explosión de colores en el firmamento crepuscular.
No buscaba nada, sólo volaba por el gusto de
volar, desafiando los vientos arremolinados que, arremetían una y otra vez
contra sus alas, y como fuera, encontraba la forma de mantenerse en el aire sin
perder el equilibrio; el viento soplaba y soplaba tratando de doblegar a aquel
súbdito de su reino, quien no entendía por qué, a pesar de los abates, se
mostraba tan feliz.
Esperando que el ave entendiera que jamás
podría con tal poder, fue incrementándose violentamente, al punto de empujarlo
mar adentro donde las aguas se comenzaban a levantar formando grandes olas.
El albatros ejecutó las más increíbles
maniobras, esquivando todo lo que se le venía, escabulléndose por aquí, por
allá, lanzándose como flecha hacia el mismo viento.
Una ola se levantó enorme sobre él. Titubeó por
un instante, luego cerró los ojos, apretó las alas y se lanzó en embestida contra
aquella titánica masa de agua que caía poderosamente. La ola cayó, pero no sin
ser atravesada por tal temeraria ave, que impávida llenó sus pulmones de aire
fresco para continuar con el vuelo. Fue así que el viento tiró, no sólo una,
sino, muchísimas olas. ¿Cuánto más aguantará? , ¿Qué lo motivaba a volar de ese
modo, aún a costa de su vida?
“¿Acaso no temes a la muerte?” Fue el estruendo
que se escuchó en el cielo y repercutió en la tierra. Pero el albatros con el
brillo en sus ojos no respondió. El corazón del viento se quebró.
Soportó así, hasta la caída del sol, donde,
visiblemente el cansancio y los golpes se dibujaron en su cuerpo, mas no cesó
el deseo suyo de seguir volando.
El viento, herido en su orgullo, decidió
ponerle fin a esta riña concentrando hasta el tope todas sus fuerzas,
descargándolas todas sobre el ave. Por un momento el tiempo se detuvo y el
albatros vio aparecer en el cielo la primera estrella de la noche. La contempló
satisfecho. Luego, al ver el muro de agua cerca de él y sin ninguna posibilidad
de escapar, gritó:
“¡Volaré por siempre, hasta la eternidad!”
No se supo que sucedió después, la tormenta fue
terrible, más que cualquier otra antes vista. La mañana llegó. El cielo estaba
despejado con un celeste puro, el sol brillaba otra vez y las aguas estaban
tranquilas. No había rastros de la tormenta del día anterior.
Bastián quien había observado todo, se preguntó,
cual habría sido la suerte del albatros, cual habría sido el desenlace de su
ardiente lucha contra el viento. Estuvo largo rato imaginando un final, en el
cual, el ave lograba eludir todos los ataques del viento, esquivando a las olas
y al fin, salir victorioso hacia otros horizontes en busca de nuevas aventuras.
Miró la orilla como quien medita.
Las olas, siempre nos traen a la orilla, con su
vaivén constante, algo sobre la fina arena. Incluso alguna pluma blanca...
...Fue su última lucha. La mejor de todas.
Y así, mi palabra, fue rodando como piedra en
torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.
Me gustó mucho! Es muy cierto eso de que siempre algo queda, vale la pena todo aunque sea difícil.
ResponderEliminar...y nunca dejar de volar por mas fuerte que sea la tormenta... todo al final siempre pasa... menos el alma
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