EL CAMINO DE LOS REYES
Autor: J. J. Nuñez Del Carmen
Cuando
ingresó a la iglesia por primera vez, era domingo por la mañana. Quedó perplejo
al ver a la muchedumbre que, en contraste con el tamaño de aquél lugar, se
agolpaba en torno al altar. La minoría estaba con expresión de congoja, el
resto con la mirada perdida. El sacerdote dirigía la misa con el acostumbrado
sermón dominical previo a la liturgia de la eucaristía. Desde lo alto, un
Cristo crucificado, parecía seguir sus movimientos con doliente mirada.
Un
par de mendigos habían tomado por asalto la puerta principal del recinto, en
tanto, unos vendedores ambulantes de comida iban dejando listas unas butifarras
para vender a la salida.
Un
perro ingresó a la iglesia y a nadie le importó, o al menos es lo que parecía
ya que por ahí se deslizaban miradas que, como dardos de lava, se clavaban en
aquella criatura. Él lo percibió.
-
Hijos
míos. – decía el padre. – recemos
y ofrezcamos nuestro diezmo para que “Dios” pueda tener una iglesia más grande
y más lujosa…
Sintió
náuseas. Todo estaba infectado. Nada evidenciaba el sentido inicial de la
revolución de la fe gestada hace dos mil años atrás y que ahora, esta persona,
tan común como los feligreses, pero enfundado en sotana y santidad se encargaba
de vender la fe como si de un seguro de vida se tratase. Pero lo peor era que
la muchedumbre respondía con fervor a sus predicas. El diezmo, las imágenes,
las oraciones, todo le resultó a paganismo puro y no pudo continuar más. Dio
media vuelta y salió de la iglesia.
Un
niño de piel morena, quien lo había estado mirando desde que entró por la
puerta, salió tras él, para darle alcance en el promenade. Se sorprendió al ver
que otros dos niños, uno de cabellos rubios y otro de rasgos asiáticos,
salieran junto a él.
Al
alcanzarle, los niños al unísono dijeron.
-
Maestro.
El
hombre, que promediaba los treinta y tantos, regresó la mirada y al verles les reconoció de inmediato, con
una amplia sonrisa, preguntó sobre lo que deseaban. Éstos le preguntaron, porqué
se marchaba del templo de oración.
-
La grandeza de Dios se encuentra donde Él
la puso, no donde el hombre la impone. – les respondió.
-
Entonces ¿Qué debemos hacer? – preguntó el
moreno.
-
Salir. – respondió con la misma sonrisa
casi paternal. – Salir y seguir el sendero por el que transita el amor. Si aman
entonces no cometerán mal, no desearán mal, ni obraran en perjuicio de los
demás. La verdadera palabra se encuentra en la obra y maravíllense ante ella:
El cielo, las aguas, la tierra y todas sus criaturas. No busquen donde el
hombre se encierra de la creación. Busquen en su propio corazón y hallarán la
verdad. Ahora vayan y disfruten del aire en el campo, del agua en los mares y
la tierra bajo sus pies porque ustedes serán los reyes que los niños han de
seguir.
Y así mi palabra fue andando como agua
en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.
¡¡LA RELIGIÓN SE CONVIRTIÓ EN UN SIMPLE NEGOCIO!!
ResponderEliminarSueño con ver las iglesias convertidas en verdes y frondosos parques, y en cuyo centro una loma visible desde cuya cima el sacerdote comparta la palabra de Jesús histórico a todos los hombres y mujeres sin distinción alguna. Un fuerte abrazo!!!
EliminarHola Jota, un relato muy reflexivo, las religiones en lugar de unir a los humanos han causado mucho daño y han levantado una densa humareda que hq llenado de tinieblas tanto las mentes como los corazones, como siempre muy bello lo que escribes, abrazos
ResponderEliminarMuchas gracias Alejandra por tus palabras!!! Pienso por el contrario que las religiones no son, ni han sido nunca el problema, sino aquellos que la han usado con propósitos perversos... sino cómo se puede explicar que un ser humano como cualquiera se crea con el poder de purgar nuestros pecados... charlataneria pura!!!
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