EL NOVIO DE LA JUVENTUD

Autor: J. J. Nuñez

Como era su costumbre desde que enviudó, hacía unos treintaisiete años atrás, solía despertarse antes del amanecer para ordeñar a las vacas y trabajar las tierras. Era tan jovial y tan desenfadado que resultaba difícil creer que tuviera ochenta y seis, sobretodo porque apenas había envejecido. Aún cantaba y tocaba la guitarra como nadie y gustaba eventualmente de un buen cigarrillo cubano, además de los vinos. Siempre decía que el amor era lo que lo mantenía joven, en tanto que sus nietos decían que no moriría nunca, porque la Juventud vive enamorada de él.
Lo cierto es que para Don Juan Del Carmen, el problema de la falta de tiempo no existía, nunca iba apurado a ninguna parte, a pesar de que había mucho por hacer, y siempre bromeaba al respecto diciendo que sólo los viejos viven cansados. Tampoco padecía del stress común de la gente. Era como si efectivamente fuese a vivir eternamente.
Sin embargo, un día, a su puerta llegó una siniestra dama de rostro arrugado y pálido semblante preguntado por él con insistencia. “La María”, la criada, asustándose de aquella, le envió al desvío diciendo que había viajado y que no regresaría hasta en un par de semanas. La extraña mujer se marchó sin decir una sola palabra. Pero al cabo de dos semanas la siniestra dama, nuevamente, llamó a la puerta, ésta vez fue “El Ramón” quien salió a su encuentro. De igual forma y asustándose de aquella, dijo que había ido de viaje a otra parte y que no vendría sino hasta en seis meses. Ésta vez se marchó a regañadientes.
De esto, nadie hizo comentario alguno a don Juan, ya que aquella mujer les traía mala espina y no querían preocuparle. Pasaron los meses y una calurosa noche, Ramón salió a dar una caminata por la huerta por que no podía dormir. Al cabo de un rato, se percató que del pozo, provenía una tenue luz y sin pensárselo dos veces se acercó, pero con mucho sigilo. Lo que vio le dejó perplejo.
Bajo la luz de la luna se hallaban sentados en el borde del pozo, su amo y una muchacha muy joven que irradiaba una luz muy cálida, como si fuera un ángel. Tenía la belleza de las estrellas y sus ojos, la inmensidad del cielo. Sin embargo ambos estaban tristes.
-          ¿Cuándo te irás? – dijo él.
-          Antes del amanecer. – respondió ella muy acongojada.
-          ¿Volverás, alguna vez, para caminar de noche como en estos treinta años?
-          Cuando ella llegue, las puertas estarán cerradas para mí. – rompió en llanto.
No pudo escuchar más. Luego ambos se besaron con mucha ternura pero tristes.
A la mañana siguiente Ramón contó lo sucedido a María y cuando fueron a hablar con Don Juan, descubrieron que éste aún no se había levantado. Fueron inmediatamente a su alcoba y al abrir la puerta, ambos se quedaron de una sola pieza. La pálida dama se hallaba dentro al lado de un senil anciano.
-          ¿Dónde está nuestro amo? - dijeron
-          Tarde o temprano siempre llego para quedarme. – dijo la mujer en tono malicioso.
Fue entonces que se les abrieron los ojos y cayeron en la cuenta de que aquél anciano no era otro que su querido, don Juan Del Carmen.

Y así, mi palabra, fue rodando como piedra en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.

Comentarios

  1. El amor lo mantenía joven: su fuente de la juventud

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    1. La juventud se había enamorado de él, pero la vejez que le rondaba, reclamaba su tiempo. Gracias Ale por tus palabras!!!!

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  2. Qué buena historia Jota y me gusto mucho la personificación de amor y la muerte, ambas sustancias presentes en la historia.
    Un abrazo.

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