LA CABAÑA
Autor: J. J. Nuñez Del Carmen
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¿Qué
me faltó decirle?
Se
preguntó Caster, al momento que tiraba una antorcha encendida sobre el piso
entablillado de su vieja cabaña. Apuró el paso y alejándose prudentemente del
sitio, decidió quedarse a contemplar cómo el fuego iba consumiendo poco a poco
lo que con tanto esfuerzo y dedicación le había costado hacer.
El
crujir de las maderas sonaba armónicamente con el danzar de las flamas, las cuales,
al cabo de un rato asomaron sus lenguas sobre el tejado de aquella cabaña,
levantando efímeras chispas que pululaban como si de luciérnagas se tratasen.
Esto le trajo a la memoria constelaciones de recuerdos, palabras de amor, promesas
de un hogar y niños jugando por doquier.
Recordó
las largas caminatas por la pradera junto a su amada Eileen; la manera en que
el sol del atardecer acariciaba su sonriente mirada. Su rostro de terciopelo.
Recordó el río donde se acostaban bajo la sombra de un árbol a verse retratados
en las nubes, a compartir sueños y jurarse amor eterno. Recordó el día en que
unieron sus vidas ante Madre Tierra pronunciando los votos secretos, esos que
los que profesan amor profundo se dicen mutuamente mirándose a los ojos. Sin sarcasmos.
Sin temores.
Pero
los juramentos son frágiles cuando el invierno de las necesidades arremete y lo
único que él tenía para dar: una pequeña extensión de tierra donde había
hortalizas y frutas; unas cuantas aves de corral y la pequeña cabaña que construyó
con sus propias manos; fueron insuficientes. Ella soñaba con la ciudad, por ello
desdeñó todo aquello del campo… incluso lo que su marido había logrado con
mucho esfuerzo.
Caía
el sol y observaba al fuego desmoronar poco a poco el techo de la cabaña. El
cansancio por las fricciones y los reproches terminaron por pasarles la
factura. Ella se marchó para no volver. Él se quedó, triste y desanimado. “Le
prometí todo” – pensó. - “Le juré un hogar.”
-
Es una lástima. – dijo el
vecino. – Era una buena casa.
Caster,
salió de su mutismo y volteó a mirar a aquél hombre de semblante bonachón y
espesos bigotes.
-
Pero no fue lo suficiente para
Eileen. – respondió.
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No. Te equivocas. – dijo
el vecino. – La casa era justo lo que necesitaban. Eileen nunca fue para esta
casa. Fueron tus esfuerzos, no sus desvelos. Fueron tus sueños, más no sus
deseos. Fueron tus ilusiones y lamentablemente no fueron correspondidas. Una
casa no hace un hogar. Un hogar se construye no desde las palabras, mi buen
amigo, sino desde el corazón.
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