MADIBA
Por: J. J. Nuñez Del Carmen
El
cielo en el horizonte, era una explosión de colores fueguinos, apenas ensuciado
con unos cuantos cirros y sobrevolado por numerosas gaviotas. Sus pies
descalzos sobre las blancas arenas, se encrispaban al contacto con las
frías pero reconfortantes aguas de mar. El vaivén constante de las olas
horadaba sublimemente sus oídos y el olor a agua marina impregnaba todos sus
sentidos bañándolos de libertad.
Recordó
aquella historia que decía que si cerraba los ojos y se concentraba lo
suficiente, era posible escuchar al sol enfriarse mientras se sumergía en
aquellas lejanas aguas. Entonces era un niño. Un pequeño niño con el futuro urgente
y un tren cargado de sueños listo para
llevarlo por la ruta de la vida.
El
sol yacía aún sobre las doradas aguas del infinito. Decidió que tenía que
escucharle entrar al mar.
Hacerlo,
sería lo último con sentido que recordaría haber logrado en la vida.
Súbitamente,
inundaron su cabeza una serie de flashes con imágenes de diversos momentos vividos. Momentos que, en su mayoría, hubiera querido borrar. Desde luego, cayó
en la cuenta de que no servía de nada lamentarse: “Lo hecho, hecho está”, aunque no dejaba de preguntarse sobre “lo que hubiera ocurrido si…”
El
sol empezaba a besar las aguas.
-
Es
tiempo de cerrar los ojos. – pensó.
Sin
embargo, ante tanta belleza, se resistió a cerrarlos. Quería mantener esa
imagen en su mente, en sus sentidos y en su alma. Si la libertad pudiera
retratarse, definitivamente todo cuanto le rodeaba, le contaría una historia
cuyo final redundaría con esa sensación. Ahora, que todo cuanto le rodeaba, sin
barrotes de por medio, le hablaba sobre la ilusión de lo material y lo real de
lo intangible.
No
valía la pena hablar de los veintitantos años que pagó condena por uno, dos o
mil cargos. Daba igual. Las hienas humanas visten de autoridad y dictan
justicia de sangre al que con palabras siembra esperanza. No, no guardaba
rencor a las hienas. Él no era como ellas, él nunca hundiría la cabeza en la carroña.
Él era un ave y las aves vuelan.
-
Soy el amo de mi destino,
soy el capitán de mi alma. – se dijo.
En
ese punto entre la luz y la oscuridad; entre la tierra y el agua; entre lo real
y lo irreal, cerró los ojos y extendió sus brazos y elevó su rostro al cielo. Su mente comenzó a
separarse de su cuerpo. Miles de plumas nacieron de sus brazos. Su alma maravillada
tocaba la realidad de sus sueños. Entonces lo escuchó. El sublime murmullo del sol tocando las aguas infinitas. Sinfonía cósmica del uno y el todo. Se sintió volar muy alto, hacia el horizonte.
Hacia la eternidad.
Y así, mi palabra, fue rodando como
piedra en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.
Un hermoso homenaje póstumo a Madiva
ResponderEliminarMuchas gracias Alejandra por tus apreciación!!! Hay personas que son inmensamente grandes, tanto que al morir uno no puede creer que hayan existido realmente... es cuando comienza el mito.
EliminarEmocionante adios a un personaje que forma parte de la historia, Saludos de Trafficc Club y El Talco Negro.
ResponderEliminarLo hermoso de los personajes que se vuelven leyenda es que al irse nos dejan un poco de su luz, quizás como rastro para poder seguirles.
EliminarMuy Buen homenaje..." Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma" exelente.
ResponderEliminarTraffic Club
THE DRAGON KING
Todo pasará, roca, viento, agua, fuego, pero mi espíritu permanecerá firme, porque así lo decido siempre!!!! gracias por leerme!!!!
EliminarUn gran hombre que fue Mandela.... yo conocí parte de lo que hizo y como era gracias a la película de invictus. Que vuele mu muy alto es mi deseo.
ResponderEliminarSaludos.
Traffic club
Cuando el espíritu de una persona es inmenso, se llega a sentir cierta familiaridad con ella, ya sea por osmosis o por alguna pelicula. Se fue dejandonos un rastro de luz!!!! gracias por leerme
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