EL PERDIDO




Al sur de la gélida región del Folden, el bueno de Imradïll, solía reposar todas las tardes en la terraza de su cabañita de dos aguas. Se sentaba sobre su cómoda mecedora a ver el camino donde carruajes de distintos tipos, iban y venían.
Había optado por una vida sin complicaciones, por lo que construyó la cabaña alejada del camino para no tener que limpiarla constantemente del polvo que los caballos levantaban al pasar. Entre otras cosas.
Un día, un carruaje se detuvo en la entrada y de éste, un noble de finos ropajes descendió. Déspota y con andar altivo caminó hacia la terraza de la cabaña donde se encontraba Imradïll, quien gustaba del humo de un buen tabaco.
-          Oiga. – Dijo el tipo mirándole de pies a cabeza. – Vaya muladar en el que vive. ¿Me podría decir dónde está el camino que lleva al castillo de los Larrigann? Llevo prisa, habrá un evento y gente importante como yo acudirá. –
-          Antes que nada, buenos días. – Le respondió, mirándole de igual forma, de los pies a la cabeza. - ¿Larrigann, dice? Mmm… la verdad, es que no me suena el nombrecito. ¿Por estos lares le dijeron? –
El noble, quien no se esperaba tal respuesta, apretó los labios y mirando el camino, hizo una nueva pregunta:
-          Y dígame ¿Entonces me podría indicar qué ruta puedo tomar para llegar al puente Maundred? –
-          ¿Una ruta para llegar al puente Maundred? – dijo con extrañeza en la mirada. - ¿Por acá? –
Esta vez el tipo se mostró algo impaciente.
-          Entonces, por lo menos dígame dónde queda la venta más próxima, ahí seguramente encontraré alguien que pueda venderme un mapa y ver dónde se encuentra el lugar que estoy buscando. – dijo con sarcasmo.
-          ¿Venta? – exhaló una bocanada de humo. – No. No creo que encuentre. –
Se tomó la cabeza con las dos manos y dijo:
-          Acaso, ¿me podría decir donde se encuentra el pueblo más cercano, para entrar en la plaza y gritar por doquier, cuál es la ruta que debo seguir? – le dijo con evidente desesperación.
-          ¡El pueblo más cercano! – hizo una pausa. – Si le digo algo, será por mentirle. –
Llegando al colmo de los límites y desencajado, aquel noble con la frustración estampada en el rostro le dijo:
-          ¡Oiga, Usted, es una persona que realmente no sabe nada de nada! –
-          Sí. Sí, pero yo no estoy perdido.
Y así, mi palabra, fue rodando como piedra en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.
(*) Inspirado en “Cuento del perdido” de Landriscina 

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