LA MADRE DE TODAS LAS HISTORIAS


Adaptación: J.J. Nuñez


Hace mucho tiempo, tanto que ya no hay memoria de aquel entonces. Una mujer ni muy hermosa, pero ni muy fea, sin embargo honesta y trabajadora, estaba tristemente casada con un hombre violento quien al final de cada día, al regresar a casa y sin mediar “por qués”, le propinaba tremenda golpiza que la pobre, a duras penas, podía recobrar el aliento para atenderle.
Y así, había aprendido a vivir, siendo feliz en su ausencia y miserable en su presencia, hasta que una hermosa mañana, descubrió que dentro de su ser, en lo más profundo de su vientre, un pequeñito había sido concebido. Una luz especial se hizo en su corazón y por primera vez, en mucho tiempo, una tímida sonrisa apareció en su rostro, hasta que se hizo perfecta.
Pero ¿Cómo podía proteger a su pequeñito de las golpizas que el marido le daba a ella? ¡Ni hablar de contarle! Vaya a ser que se enfurezca y le patee el vientre. No, eso nunca. Debía proteger a su niño como de lugar, así que pensó por mucho, en la forma de disuadirle a no continuar con su violenta práctica.
Las horas pasaron y la noche llegó junto con el marido, que de un portazo abrió la puerta, tal como era su costumbre. Cuando éste se sacó el cinturón de cuero para golpear a su mujer, ésta le detuvo y le dijo:

-          ¡Espera! Esposo mío… tengo algo muy interesante qué contarte… sé que te gustará… ¿Qué te parece si dejas que te cuente y después continuas con lo de siempre? –

El hombre lo pensó por un momento, pero tal era su curiosidad que terminó por aceptar la propuesta de la mujer. Ella, al principio se supo en aprietos ya que no tenía ni una sola historia que contar, pero el amor por su pequeño se transformó en palabras y aquellas palabras en frases y oraciones y se vio así misma narrándole una historia a su marido, quien con mucho interés la escuchaba y así se pasó la noche hasta que el hombre cayó de sueño y durmió muy contento y ella más aún. Por fin pudo descansar tranquila, sin dolor y con su pequeño a salvo.
Al día siguiente, algo cambió. El hombre al llegar a casa, la llamó:

-          ¡Mujer! Ven por favor, continúa con tu relato, que no he hecho más que pensar en la historia que me narraste. –

Y así, ella, día tras día continuaba la historia que dejaba inconclusa la noche anterior y él comenzó a llegar más temprano a casa, para saber cómo continuaba aquella historia. Hasta que, un día, supo que dentro del vientre de su esposa, un retoño suyo estaba creciendo y fue entonces que él comenzó a cuidarla, a engreírla y a hacer las labores por ella.
Finalmente cuando nació, toda esa coraza que lo había acompañado siempre, se quebró y su corazón se hinchó de felicidad y abrazó con lágrimas en sus ojos a su mujer y a su pequeño hijo.
Ella, por su parte, nunca dejó de contar historias, ya no por necesidad, sino, para arrullar a su amado bebé.
Ella, entonces, se convirtió en la Madre de todas las historias.
Y así, mi palabra, fue rodando como piedra en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.

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