LAS PROMESAS

Adaptación: J. J. Nuñez

Caleigh y Eoin, eran una pareja de esposos, que desde siempre, habían anhelado tener hijos. Soñaban con verles crecer y poder jugar con ellos. Pero sus cabellos blanquearon y el invierno de la ancianidad les cubrió con su manto, sin poder tener tan solo un retoño.
Ambos, caminaban por el patio, recordando antiguos sueños de felicidad, escuchando risas fantasmas de niños que nunca pudieron llenar de aire, sus voces. Encontrándose en un mutuo abrazo, solos.
Caleigh, se resistió a ese destino y en secreto imploró a los dioses, que le concediesen la dicha, de ser madre a cambio de su propia vida. Los dioses escucharon y al cabo de un tiempo ella salió embarazada. ¡Un milagro! Cantaba Eoin y la sonrisa de aquellos esposos, se hizo perfecta.
Una mañana, Caleigh sintiendo las contracturas previas al parto, le confesó a su marido, la promesa que había hecho a los dioses. Eoin, la abrazó fuertemente como no queriendo dejarla partir. Pero una promesa es una promesa y hay que cumplirlas. Sus lágrimas eran el dolor de la despedida y la felicidad de la bienvenida. Ella vivió lo suficiente como para ver el rostro de su pequeñito.

-          Eres perfecto, hijo mío. – murmuró antes de cerrar los ojos para siempre.

 Eoin, fue padre y madre para su pequeño. Lo alimentó con tibia leche de cabra, lo lavó con agua dulce de manantial, lo cuidó y lo educó. Lo amó con adoración. Pero al cumplir los siete años, el niño enfermó gravemente y no hubo nada que Eoin pudiera hacer para salvarle. Casi agonizante, el anciano padre elevó sus plegarias a Azark, dios de la creación:

-          ¡Oh Azark! Salva a mi pequeño. Te lo encomendaré a tu servicio y prometo ser peregrino, hasta encontrar las sagradas aguas del río Esboros y bañarme en ellas. ¡De no hacerlo, toma mi alma y arrójala al abismo! –

Su pequeño hijo, milagrosamente recuperó el sentido y sanó. El hombre, entregó a su hijo a un monasterio y partió en busca de las legendarias aguas sagradas.
Caminó durante mucho tiempo. Meses. Finalmente, llegó a una corriente de agua donde se sumergió, bañándose en ella. Sin embargo, al salir, la sonrisa se le desdibujó al ver a unos campesinos burlándose de él. 

-          Este río, no es el Esboro. – dijeron. – Se encuentra más allá de la cordillera del Inos, en el norte. –

Y emprendió nuevamente la caminata, hasta que meses más tarde se sumergió en otro río que tampoco era el que buscaba. Le indicaron, entonces, que lo que andaba buscando era una laguna. La encontró: tampoco era. Le dijeron que era un lago y tampoco era lo que buscaba. Así pues, se sumergió en tanta agua le indicaban erróneamente sin dar nunca con el Esboro.
Caminó y caminó, hasta ser un viejo decrépito, sin cesar en su ánimo por cumplir con la promesa, hasta que viendo la muerte de cerca, lloró con angustia y amargura. Un ataque fulminante acabó con su vida.
Cuando abrió los ojos, sorpresivamente se hallaba en el paraíso y ante él, de pie, se encontraba Azark, quien lo miraba complacido.

-          Mi dios ¿cómo puedo estar aquí si no cumplí con mi promesa? – dijo.
-          Cumpliste. – le respondió. – Todas las aguas en las que te has bañado fueron el Esboro. Si la pureza guía tus acciones, cualquier lugar en el que medites se purificará, gracias a tu fe.”


Y así, mi palabra, fue rodando como piedra en torrente. He narrado para la memoria de la buena gente.

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