EL ESPEJO


Era tan sólo una mujer con un espejo grande y ovalado. Llevaba encima algo menos de veinticinco, su tez era blanca, sus labios rojos, sus cabellos negros y a pesar de ser grácil como una rosa, su mirada irradiaba cansancio y agobio.
La habitación, iluminada a media luz, tenía aspecto de alcoba de princesa de cuentos. El mobiliario era anticuado pero lujoso correspondiente al mundo de los Grimm. Sólo algunos aparatos eléctricos lucían como surrealistas atisbos de modernidad y ella, en medio de todo, se encontraba sentada sobre un cómodo shailon, peinando sus cabellos. Nada extraño, entonces. Hasta que el reflejo descubrió una arruga en la comisura de sus labios. La mirada se le ensombreció.

-    No, por favor. -soltó con un hilo de voz, al ver su rostro envejecerse

Entonces, una ráfaga de aire helado ingresó por la ventana agitando con fuerza las cortinas, mientras ecos de voces femeninas resonaban por doquier. Aterrada, intentó escapar, pero un destello luminoso proveniente del espejo la cegó momentáneamente.
Al recuperar la visión, notó que un interminable y omnipresente blanco la rodeaba. Innumerables espejos rectangulares aparecían y desaparecían flotando en el aire, reflejando su imagen con la mirada llena de odio.

Tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre… -canturreaba el espejo.

Macabras carcajadas se sumaron a los reflejos y al canturreo. Se sumió en una oscura vorágine de desesperación, gritos y llantos, corriendo hacia ningún lado. Hasta que, delante de ella, apareció una puerta negra tan alta que no podía ver donde alcanzaba. Hubo un chirrido y ésta se abrió lentamente.

-    Ya no más. -suplicó
-    ¡Entra! -ordenó la voz.

Con las lágrimas recorriéndole sus temblorosas mejillas, ingresó a una habitación que reconoció de inmediato. Hace mucho tiempo vivió ahí, junto a su amado esposo, el rey. Todo estaba como en aquél entonces pero en tinieblas. Un haz plateado de luz, desde la ventana, alumbraba a una mujer de semblante siniestro. Siete sombras como de niños la rodeaban.

-    Yo estuve allí, comí y bebí. El hidromiel entró en los pescuezos, mientras tus pies se quemaban con los zuecos. -recitaba la voz del espejo.
-    ¡Déjame ir!
-    Nunca te dejaré ir. -respondió aquella mujer-. Me arrebataste todo.
-    ¡Perdóname! -exclamó-. Yo no quise…
-    ¡Eres una chiquita mentirosa! -acusó-. Disfrutaste al verme morir ¡Siempre quisiste ser la más hermosa!
-    Espejito, espejito… -dijo el espejo.

Dicho esto, la mujer y las siete sombras se le arrojaron encima, atormentándola durante toda la noche, en medio de sus gritos y llantos lastimeros.
Un impertinente rayo de sol se depositó en su rostro despertándola casi de golpe, pero se quedó tendida en la cama. Al cabo de un rato encendió la tele para ver las noticias o cualquier cosa que le ayudara a desperezarse. Suspiró. Se enjugó un par de lágrimas, mientras un inquietante susurro proveniente del espejo, recitaba:

Tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de este marco, Blancanieves.

Comentarios

  1. Encantada de haber descubierto tu blog, muy inspirador este post, voy a seguir leyendo, porque me resulta muy agradable.
    Saludos

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    Respuestas
    1. Gracias por tus palabras Gema Avefénix!!! Bienvenida a mi mundo, éstas son mis historias disfrazadas de fantasía con pinceladas de magia.

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