EL ESPEJO
Era tan sólo una mujer
con un espejo grande y ovalado. Llevaba encima algo menos de veinticinco, su
tez era blanca, sus labios rojos, sus cabellos negros y a pesar de ser grácil
como una rosa, su mirada irradiaba cansancio y agobio.
La
habitación, iluminada a media luz, tenía aspecto de alcoba de princesa de
cuentos. El mobiliario era anticuado pero lujoso correspondiente al mundo de
los Grimm. Sólo algunos aparatos eléctricos lucían como surrealistas atisbos de
modernidad y ella, en medio de todo, se encontraba sentada sobre un cómodo
shailon, peinando sus cabellos. Nada extraño, entonces. Hasta que el reflejo
descubrió una arruga en la comisura de sus labios. La mirada se le ensombreció.
-
No, por favor. -soltó con un hilo de voz, al ver su rostro envejecerse
Al recuperar la visión, notó que un interminable y omnipresente blanco la rodeaba. Innumerables espejos rectangulares aparecían y desaparecían flotando en el aire, reflejando su imagen con la mirada llena de odio.
Tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre… -canturreaba el espejo.
Macabras carcajadas se sumaron a los reflejos y al canturreo. Se sumió en una oscura vorágine de desesperación, gritos y llantos, corriendo hacia ningún lado. Hasta que, delante de ella, apareció una puerta negra tan alta que no podía ver donde alcanzaba. Hubo un chirrido y ésta se abrió lentamente.
-
Ya no más. -suplicó
-
¡Entra! -ordenó la voz.
-
Yo estuve allí, comí y bebí. El hidromiel entró en los
pescuezos, mientras tus pies se quemaban con los zuecos. -recitaba
la voz del espejo.
-
¡Déjame ir!
-
Nunca te dejaré ir. -respondió aquella mujer-. Me arrebataste todo.
-
¡Perdóname! -exclamó-.
Yo no quise…
-
¡Eres una chiquita
mentirosa! -acusó-. Disfrutaste al verme morir ¡Siempre quisiste ser la más
hermosa!
-
Espejito, espejito… -dijo el espejo.
Un impertinente rayo de sol se depositó en su rostro despertándola casi de golpe, pero se quedó tendida en la cama. Al cabo de un rato encendió la tele para ver las noticias o cualquier cosa que le ayudara a desperezarse. Suspiró. Se enjugó un par de lágrimas, mientras un inquietante susurro proveniente del espejo, recitaba:
Tan blanca como la nieve, tan roja como la sangre y tan negra como la madera de este marco, Blancanieves.
Encantada de haber descubierto tu blog, muy inspirador este post, voy a seguir leyendo, porque me resulta muy agradable.
ResponderEliminarSaludos
Gracias por tus palabras Gema Avefénix!!! Bienvenida a mi mundo, éstas son mis historias disfrazadas de fantasía con pinceladas de magia.
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