LA CUENCA DEL MENDIGO



El soberbio Rey de Urin, Tin Boldar, de las lejanas tierras del Sirán, salió como de costumbre a dar su caminata matutina. Estando ya en el pueblo y al ver mendigando a un hombre, se le acercó:
- ¡Eh! ¡Tú! ¿Qué quieres? – dijo en voz alta como para que todos escuchen.
El mendigo sonrió y amablemente le respondió:
- Disculpe su majestad ¿Acaso me pregunta como si pudiera satisfacer cualquier deseo que os pida?
El Rey soltó una sonora carcajada.
- ¡Por supuesto que puedo! Así que, solamente tienes que pedirme lo que te plazca. –
- Si me os permite, Su majestad. ¿No debería meditar antes de prometer? –
- ¡Tonterías! – rebuznó arrogante. - ¡Soy el Rey más poderoso de estas tierras! Tengo el poder y la bendición de los dioses sobre mis hombros. Te daré lo que me pidas. ¡No hay cosa que no pueda darte! –
El mendigo agachó la mirada y señalando una pequeña vasija de barro le dijo:
- Su Majestad, mi deseo es sencillo. ¿Ve esa cuenca vacía? ¿Podría llenarla con algo?
- ¡Por supuesto! - dijo el Rey. – Creí que aprovecharías mejor esta oportunidad. -
Llamó a uno de sus servidores y le dijo:
- Quiero que Llenes de dinero la vasija de este hombre y no importa que se derramen algunas monedas. -  
El servidor lo hizo, sin embargo ante la atónita mirada de todos, el dinero desapareció. El Rey le ordenó que echara más y más y apenas lo echaba desaparecía. La cuenca del mendigo siempre estaba vacía.
Todo el palacio se reunió. El rumor se corrió por toda la ciudad y una gran multitud se reunió allí. El prestigio del Rey estaba en juego. Les dijo a sus servidores que estaba dispuesto, incluso, a perder su reino entero a cambio de no caer derrotado por aquel mendigo.
Diamantes, perlas, esmeraldas, todos los tesoros se iban vaciando. La cuenca parecía no tener fondo. Todo lo que se colocaba en ella desaparecía inmediatamente. Al atardecer, toda la gente estaba reunida en silencio en torno al mendigo. El rey, sabiéndose en la ruina y derrotado, se tiró a los pies del mendigo y con lágrimas en los ojos le dijo:
- Has ganado. Pero, por favor, antes de que te vayas, satisface mi curiosidad. ¿De qué está hecha tu vasija?
El mendigo se rió y dijo:
- Está hecha del mismo material que la mente humana. No hay ningún secreto… simplemente está hecha de deseos.
Dicho esto, guardó sus cosas y se fue con el sol.

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