LA POCIMA DE JUVENTID




Ansel, era un alquimista empecinado con obtener algún tipo de brebaje que diera la vida eterna. Tanta fue su obsesión que se le pasaron los años desdibujándosele la  sonrisa y viendo a sus amigos hacerse extraños y algún tiempo después, viejos desconocidos y como sus inventos no tenían demanda, el dinero también escaseó. Así que tuvo que retirarse a una cueva en las montañas a continuar con los ensayos, ganándose el apodo de “El Loco de la Cueva”.
Siempre ocurría lo mismo. Algo de esto por aquí, un poco de eso por allá y ¡Sim-Sa-La-Dum! ¡BOOOOOM! No salía nada que no fuera humo de sus barbas chamuscadas.
Pero un día, creyendo que el secreto estaba en el fruto de la vid y justo después del “¡Sim-Sa-La-Dum!”, tras la explosión; grande fue el susto que al suelo fue a dar, cuando vio aparecer a Morloc, dios de la muerte.
-          Ansel. – le dijo con voz como de fuego. – he venido a llevarte conmigo.-
-          Oh! Morloc, dios de la muerte, qué desafortunado día para mí. Nunca podré ver cumplido mi sueño… Es el fin del camino. - y con cara de circunstancia se echó a llorar.
Ante tal escena, el incómodo Morloc, que de consolar, ni idea tenía, echó una mirada al caldero y observó un líquido de rojizo color y dulce aroma.
-          ¿Qué es este jugo? –
-          No es nada le dijo. – sollozante. – Pero… Antes de partir, me gustaría echarle una probadita. ¿Me concedería el favor? –
-          Por supuesto. Aunque soy el dios de la muerte, entiendo de estas cosas. Dale. –
El viejo llenó un enorme cuenco de aquel líquido y bebió, y Morloc, al ver la luz en su mirada y expresión de júbilo se sintió con curiosidad y tomó también.
-          ¡¿Qué es esto?! – exclamó. - ¿Acaso osas matar al dios de la muerte? -
Ambos cruzaron las miradas y rompieron el silencio con carcajadas y poniendo como pretexto adivinar, qué cosa era aquél líquido, bebieron, bebieron y bebieron, hasta que ambos se encontraron sumamente ebrios y cantaron las canciones más alegres que existieran en todo el Sirán y narraron historias y lloraron tristezas. Fue un gran momento.
A la mañana siguiente, Ansel despertó con jaqueca y al ver de pié al dios Morloc, con expresión severa, inmediatamente se puso de rodillas, intuyendo quizás la inevitable partida.
-          Levántate. – ordenó. – Lamentablemente la muerte siempre llega para todos. Pero antes quiero decirte que, la vida eterna sin alegría no sirve de nada y que un día sin una risa, es una calamidad. Y tú, has logrado lo que nadie. Despertaste mi sonrisa dormida, Oh! “Loco de la Cueva”. Estoy en deuda contigo. Te dejaré vivir el tiempo necesario para que puedas compartir con el mundo tu “pócima de juventud”. Porque quien no sabe lo que es reír, no sabe lo que es vivir y condena el alma a envejecer. –
Dicho esto, el dios se marchó y Ansel regresó a su pueblo y buscó a sus amigos perdidos y luego de reconciliarse, celebraron con aquella pócima mágica que les devolvía las ganas de bailar y de reír. Morloc por su parte, sin faltar un día a la semana, iba a buscar a su amigo Ansel, para discutir qué nombre ponerle a aquellos jugos y por supuesto, a “echarle una probadita”.


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