LA PALABRA SECRETA

Autor: J. J. Nuñez




A la remota isla de Faro, Zarkos Alkamir, el pirata más inescrupuloso y codicioso de todos los mares, llegó para saquear el maravilloso tesoro que se encontraba dentro del templo, que la Reina Arisis custodiaba.

-          ¡Venimos por el tesoro y lo tomaremos por las buenas o por las malas! – dijo el pirata.

-          El tesoro será de ustedes. – respondió la reina. – Sólo si logran abrir las puertas del templo por las buenas. Si no, nunca lo será. –

-          ¡Abriremos las puertas como sea! – exclamó.

Así pues, se dirigió hasta las puertas del templo con su bravuconería habitual y estando frente a ellas, las empujó con fuerza. Ni se tambalearon. Por el contrario, salió disparado por los aires, cayendo en medio de sus hombres que boquiabiertos contemplaron la escena.
-          ¡Las puertas son muy pesadas para mí solo! ¡No se queden ahí parados como tontos y vamos por el tesoro!–
Entonces, todos los piratas fueron hasta las puertas, donde a una sola voz empujaron. Ahora, todos volaron por los aires. No se dieron por vencidos. Lo intentaron una y otra y otra vez…

…Y las puertas, nada de abrirse

…Y ellos, vuela que vuela.

-          ¡Que traigan los arietes! – gritó enfurecido.

Y volaron hombres con arietes. Así que, más frenético que abatido, ordenó traer los cañones más grandes de su barco y los colocó frente al templo.

-          Capitán ¿Si las balas de cañón también rebotases no sería peligroso para nosotros? – dijo un nervioso marinero.

-          ¡Patrañas! ¡No hay nada que se resista a los poderosos cañones negros del gran pirata, Alkamir! – respondió.

Cuando se hizo el “fuego”, a más de uno se le estrujó el corazón y no era para menos, las puertas quedaron intactas, pero la mayoría de los hombres murió a causa de las explosiones.  
Alkamir, en venganza, decidió ir al barco para destruir toda la isla, pero los nativos, aprovechando la distracción, lo hundieron. Hallándose con no más de una decena de hombres cansados, malheridos y desarmados, sintió que toda su fama y reputación se diluía entre los dedos.

-          Oh! reina Arisis. – dijo con lágrimas en los ojos. – Misericordia y nos iremos para nunca más regresar. Lo juro. Pero antes quisiera saber ¿Qué poderosa llave puede abrir semejantes puertas? –

-          Le mostraré, Capitán. Pero deben quedarse por siempre. -

Y asintiendo a pesar de la negativa de sus hombres, quienes ansiaban irse de esa isla, fueron hasta el templo. La reina se paró frente al templo y pronunció: “¡Por favor!” y las puertas se abrieron de par en par, dejando escapar un dorado resplandor. Los codiciosos piratas, al ver ese magnífico tesoro y olvidando todo lo ocurrido, se abalanzaron sobre las joyas y el oro. Tan atolondrados estuvieron que no se percataron que las puertas se les iban cerrando, lentamente.

-          ¡Auxilio! – gritaban al verse atrapados y sin salida. - ¡Por favor!

Pero era inútil. Ésta fue la última vez que vieron la luz del día.

El amigo marino que me contó esta historia me explicó que el templo estaba vivo y era como cualquier entidad. Al decir “Por favor”, éste abría las puertas de su corazón para compartir el tesoro con quien lo necesitara. Pero también había que pronunciar otra palabra para poder salir. Esa palabra, desconocida por los piratas y olvidada por la gente de ahora, es…

…“Gracias”.

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