EL POZO DE LOS SAPOS

Adaptación: J. J. Nuñez


En un pozo, había un pequeño estanque, donde vivía una comunidad de sapitos, los cuales, tenían agua fresca todo el año, suave lodo donde retozar y por supuesto, bichos deliciosos en grandes cantidades. Es decir, vivían cómodos, pero ajenos de todo lo que había más allá y temiendo siempre al “balde de los gigantes”.
Un día, mientras los sapitos jugaban a los saltos, una gigante mano apareció y soltó algo dentro del estanque. Era un viejo sapo. Los sapitos del estanque, curiosos, porque nunca habían conocido a un extranjero, se le acercaron.

-          ¿Quién eres? – preguntó el rey de los sapos.
-          Soy un sapo del océano. – dijo sobrecogido, como acostumbrándose al lugar.
-          ¿El océano? – preguntó. - ¿Qué es el océano? –
-          Es difícil explicarlo en este pequeño estanque. – respondió el anciano sapo.
-          ¡Mentiroso! – le increpó el rey sapo. - ¡No hay nada más grande que este estanque!
-          Pues si lo hay. – replicó con calma.

Entonces, el rey sapo, tomó impulso y dio un gran salto y dijo con orgullo:

-          ¿Es tan grande como este salto? –
-          Es más grande. – respondió. – Es infinitamente más grande.
-          ¿Cómo puede haber algo más grande? – dijo enfurecido.
-          Sube al balde de los gigantes y lo comprobarás. -

Entonces todos los sapos, conmocionados, se echaron a discutir, sobre si lo que decía aquel extranjero era cierto o no. ¿Cómo era posible que, aquello a lo que tanto temían, pudiera representar la oportunidad de conocer algo más grande? Sin embargo, en ese preciso momento, el anciano sapo, murió de tristeza.
Desde entonces, en el estanque, se prohibió mencionar la palabra “océano”, so pena de castigo, por suponer un peligro para las costumbres de aquella comunidad. Pero las cosas no fueron las mismas, ya que en el corazón de los sapos, se había sembrado la duda. ¿Será cierto que más allá del estanque, exista tal lugar?
Oli, uno de los hijos del rey sapo, decidió comprobar lo del océano, a pesar de los concejos de su mejor amigo, Haru, quien le recordaba, el por qué no lo debía hacer. Pero al subirse al balde, su padre le dijo:

-          ¡Oli, te prohíbo que subas a ese balde! – le gritó. – Si lo haces, nunca más regreses, porque ya no pertenecerás más, a este lugar.

Pudiendo más sus ganas, el joven sapo, cerró los ojos y sin despedirse, se dejó llevar por el balde. Nunca más, en el estanque, se supo de él.
Hasta que, en una mañana, en el borde del pozo, asomó Oli, llamando a todos los sapos y con viva voz exclamó:

-          ¡Hola a todos! –
-          ¡Oli, tú ya no eres de aquí! – le gritó su orgulloso padre. - ¡Ya no puedes regresar! –
-          No padre, no he venido para regresar. – le respondió. – He venido para contarles que todo, es verdad ¡El océano existe, no existe peligro, ese peligro es una gran oportunidad! –

Esta vez, los sapos, tampoco creyeron eso del océano, quizás por temor, o quizás, porque se acostumbraron a vivir en ese pozo y ahí se quedaron sin saber que, muy cerca de ahí, el océano yacía en toda su inmensidad.
Nosotros, en el pozo de nuestra alma, todos los días, por las mañanas, también desciende un balde gigante. ¿Y tú, qué harás?

Que tengan muy buenos vientos y ¡Aquelarre al navegante! ¡YO –HO!

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